Un día de paseo y de encuentros.
Una ofrenda. Una compañía.
Un día de comida junto a los recuerdos, al olor a flores, al aroma a velas derretidas y a los susurros de una abuela que reza.
Un rosario abrazado por una mujer creyente.
Un silbido de algún ave del lugar, gritos de niños jugueteando entre las coronas multicolores y las flores de papel de celofán.
Un suspiro por la pena que de pronto asoma y una conversación con familiares que sólo se reunen para estas fechas.
Un vino derramado en la tierra para que ellos también beban, un cigarro encendido sobre las baldosas, un plato con algo rico, un adorno cualquiera.
Es el día de todos los muertos y ese día ellos, parecen más vivos que cualquier transeúnte visitante.
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