La antropóloga me busca, se escabulle entre mis cabellos para desde ahí susurrarme ideas, observaciones y por momentos no me deja en paz. Suelo escucharla, porque siempre algo de razón o de acierto puede haber en sus susurros, pero algunos días me agobia. Me persigue tanto, haciendo que vea, que abra los ojos, que vea como ella; para que no olvide la objetividad en este espacio subjetivo, intimo, único.
La antropóloga me ha desropado de mi abstracción; único lugar que a veces pienso como seguro y menos doloroso y menos decepcionante.
Sospecho sus intenciones: está queriendo volver a amigarse con mis sentidos y mientras la observo pienso en tratar de escapar silenciosa por la otra puerta chica.
A mi también me sucede esto, ahora mismo que te leo digo ¡¡¡guauuuuu!!! esto es lo que me está sucediendo, y me devora la ansiedad porque sé que esa persecución da conmigo, me encuentra, me desropa, me saca de ese lugar mío y miro para todos lados tratando de escapar, pero la otra puerta tiene candado y ay...
ResponderEliminarYeka, qué bueno este escrito!
Muchas gracias pato, por leerme y comentar. Un abrazo.
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